Desde Reinosa el camino continuaba hasta Matamorosa, en el límite con la provincia de Palencia, donde se dieron por finalizadas las obras de esta primera fase. A lo largo del camino se establecieron una serie de portazgos dirigidos a la conservación y mantenimiento del mismo. A medida que pasaban los años la recaudación iba en aumento, a la vez que el desarrollo económico y poblacional de las villas, que experimentaron un mayor dinamismo relacionado con la actividad que generaba el camino: posadas, ventas, talleres de construcción de carros, mesones, ferrerías y hornos surgieron al calor del tráfico comercial que transitaba de manera constante. También el puerto de Santander experimentó un notable crecimiento de su actividad comercial, sobre todo tras la liberalización del comercio con las Indias, en 1765. Paralelamente, la propia ciudad de Santander va adquiriendo cada vez más peso político y económico: en 1785 se crea el Real Consulado de Santander y en 1801 adquiere la capitalidad de la Provincia Marítima de Santander, convirtiéndose así en una de las ciudades portuarias más importantes del país.
Por el camino fluyeron lanas, hierro, granos, vino y maderas nacionales, así como azúcar, tabaco, café, aguardiente y otros productos provenientes de las colonias; pero también sirvió para impulsar el transporte de viajeros por medio de diligencias y galeras, sujetos a líneas regulares entre la costa y la Meseta. Será ya en el siglo XIX cuando se produzca la eclosión de la actividad que actualmente da nombre al Camino, la producción y el transporte de harina. La construcción del camino real supuso un auténtico revulsivo para la tradicional actividad de la molienda que a finales del siglo XVIII ya se cuentan por varias las fábricas instaladas en el valle del Besaya, pero también en Torrelavega y Santander, todas ellas movidas por energía hidráulica. A mediados del siglo XIX la mayoría de las harineras de la región se ubican en el eje Campoo-Besaya. A mediados del siglo XIX, la construcción del ferrocarril va a revolucionar el transporte en el corredor del Besaya y eclipsar la importancia del antiguo camino real. En 1852 se comienzan las obras que concluirán dieciséis años después, entrando en funcionamiento en 1866 el Ferrocarril de Isabel II, de Alar del Rey a Santander.
La llegada del ferrocarril marca el inicio del fin de la carretería y el transporte de viajeros en diligencias que utilizaban el camino real. Además, el tratado comercial que se firma en 1882 con Estados Unidos para la entrada de sus harinas en Cuba y la pérdida de colonias redujeron enormemente el mercado harinero. A lo largo del siglo XX el número de fábricas se reduce progresivamente, reconvirtiéndose en muchos casos para el desempeño de otras actividades. El Camino de las Harinas hoy se debe entender como un auténtico itinerario cultural donde, a lo largo de los más de cien kilómetros que separan Alar del Rey de Santander, el territorio nos ofrece un rico y variado patrimonio cultural y natural. Sin duda el testimonio más valioso que hoy en día se conserva es el tramo original del antiguo trazado, el “Camino Real de las Hoces”, declarado Bien de Interés Cultural en 2005 y que se inserta en un medio natural y paisajístico de gran valor. Este tramo, entre El Ventorrillo (Pesquera) y Bárcena de Pie de Concha, conserva sus características más relevantes: anchura, apartaderos, sistema de drenajes, muros de contención; y algunos elementos viarios como mojones guardarruedas, pretiles, alcantarillas, un puente, un abrevadero y una fuente.
Os recuerdo que toda esta informacion la puedes encontrar en http://elcaminodelasharinas.com/
Porque nuestro pasado... nos puede regalar el futuro
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