14 abril 2013

Cuidadanos del mundo




     Pedro es...un amigo  con corazón de plata pero con sangre roja y gualda. Conocí su existencia porque él conoció la mía a través de este blog. Primero con su hermano Tomás y luego con él.  Se pusieron en contacto conmigo, para decirme que su abuelo,
 también Pedro,  era de Molledo. Las raíces se prolongan hasta el infinito y nadie sabe donde terminan. Llevamos tiempo en contacto y este año los conocí porque se acercaron hasta aquí. Querían saber de ese lugar del que tantas veces habían oído hablar. Y así sucedió. Y  cuando nos vimos y luego nos despedimos, le sugerí la idea de que me contara cuales habían sido sus sensaciones al descubrir lo que seguramente tan idealizado tenía. He esperado un ratuco.... pero creo que merece la pena poderlo compartir. 


    "....Bajo del bus en la garita que está al lado del camino, cruzo el puente y entro en el pueblo, mientras me moja una fina llovizna. Soy recibido por las vacas, las fincas, el verde de un año con buenas lluvias y el tiempo de verano. Sigo camino. Las casa son bajas y muchas están deshabitadas. Pregunto por Carmina y Andrés, quienes serían los que me acompañarán en el recorrido por le pueblo.

Mi imagen de Molledo era otra y la misma. Debo explicarme, lo sé. Por un lado –por darle un orden a las ideas- sabía que lo atravesaba la carretera y que en coche o andando se lo cruza en pocos minutos. Que era un pueblo pequeño y antiguo. Sabía que estaba rodeado por las montañas, en el valle, de Iguña, lo supe luego. Que allí sólo encontraría ruinas de lo fue la casa de mis antepasados y también vería donde yacen los restos de mi tío abuelo Eloy.

Flotando en el aire, en la hierba, en las piedras, la imagen de mi abuelo Pedro, de sus pasos, de sus costumbres, de su olvido y su presente lejos de esa tierra que le conoció antes que ésta, transatlántica y pampeana.

Al pensar, al dar vueltas en mi cabeza las ideas ¿Por qué estoy haciendo esto? ¿Por qué estoy acá y ahora?. Al escuchar esos comentarios de los otros que dicen que no es común que la gente joven se ocupe de hacer estas cosas, de cerrar estos círculos. Tuve qué, inevitablemente, repensar, buscar una causa, un sentido a algo inexplicable. Cada una de las veces que me lo he repreguntado caí en lo mismo: siempre supe que iba a caminar sus calles. ¿Cuándo? No lo sabía con certeza, no me importaba, pero sí sabía con una convicción desprolija y desinteresada, que lo haría.

Desde muy chico mis padres me hicieron saber de este pueblo y siempre fue un lugar familiar y conocido. Hemos visto las fotografías tomadas por mi padre y mi tío. Siempre hubo cartas y llamamos telefónicos entre España y Argentina. Siempre hubo música, amigos, literatura y lazos, lazos variados y firmes. Siempre se habló de la guerra, de esa guerra, de ese hambre y del exilio. Porque huir de la guerra o del hambre, son dos formar de escapar de persecuciones, de apartar algún tipo de acechanza. Ir a Molledo es sólo un regreso retardado, no debo explicar nada.

Lo que no sabía, lo que me ha sorprendido es qué, a pesar de reluciente, con sus casas bajas y de piedra, estaría casi desierto. Casi vacío. Es otra paradoja más para mi lista de contradicciones: la gente sigue huyendo de la belleza, de la vida natural, rural, de la calma. Antes la gente huía de Molledo por el hambre o la guerra, hoy huye de la paz y la libertad por la falta de trabajo. La paradoja no es una paradoja, aunque me contradiga, pido perdón y me retracto: es una parábola donde siempre los que tienen el poder niegan, sesgan las posibilidades de vida, de quién los han empleado para que administren lo que no es suyo. Me duele que se haya olvidado el pasado, lo que costó y seguirá constando vivir en paz. Me jode que lo sublime se aplaste por la economía y las malas políticas.

Salgo, le agradezco a Andrés por su jamón y su pan. Carmina me acompaña unas cuadras hasta salir del pueblo. En la Iglesia, sin que nunca pare de llover, nos despedimos. La beso doblemente y le digo que voy a volver. Ella me dice que sí, que vuelva, pero con una mujer de mi brazo y que su casa es mi casa y otras cosas que sólo guardaré para mí.

Adiós Molledo, desde algún lugar una voz me dice que esperan por mí. Yo cruzo el puente sin poder mirar atrás."

 Estas fotos que me envió Pedro, imágenes que son suyas pero también muy nuestras, se hacen ahora presentes para recordarnos que, en el fondo... nadie somos extranjeros y sí ciudadanos del mundo.                                                                                                      






PD. Pedro y familia quieren agradecer profundamente a María Julia y a toda la familia Lloredo Álvarez por tantos favores y cariño con que nos han obsequiado todo estos años.

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