La carretera general es ese vial, que atravesando nuestra tierra desde tiempos perdidos como el eje de aquellos carros de hierba viejos y oxidados, va desde las hoces de Somahoz hasta los confines de las de Bárcena. Para unos, recuerdo triste de los que se dejaron la vida en ella, para otros, que la usaban como camino del trabajo mixto, esfuerzo de todos los días por mejorar en cada casa su frágil economía. Y para otros, como el nosotros de entonces, que nos sirvió de red social para amoríos, encuentros y desencuentros. Aquella que tantas veces anduvimos porque tener un medio de transporte personalizado era entonces todo un lujo disponible para unos pocos pero sobre todo inalcanzable para los que estábamos todavía en edad de estudiar.
Subir y bajar andando a todas las romerías y verbenas que se celebraban a lo largo del valle, era, por una parte, vivir a pleno pulmón la esencia de una década que poco a poco abandonaba el letargo rural de tantos años de olvido y por otra, disfrutar de los últimos coletazos que la vida profundamente rural y joven, iba abandonando sin pensar que esa sería la última vez que nuestras vidas pasarían por una experiencia que solo, y a tiempo perdido, se podría revivir en los mas escondidos rincones de nuestra memoria.
Las carreteras generales de mi Valle nos acercaban a todos los pueblos en que se celebraban sus pequeñas fiestas locales que servían de jornada festiva, de descanso para las tareas del campo y de encuentro con los amigos y la familia… y también con la chica a la que esperabas que se acercase a ti, para decirte lo que llevabas tiempo esperando oír…. Aunque esto último, que yo recuerde… ¡nunca fué así!
Luego, cuando se acababan aquellas jornadas tan duras para otros, que de sol a sol se hacían a diario como:
- Atropar la hierba, la siembra de la huerta y sus quehaceres.
- Hacer el trabajo que los animales de la granja, obligaban diariamente a mantener sus necesidades para satisfacer las nuestras.
- Darles de comer a la vuelta del prao, llevarlas al agua, acaldar la cuadra.
- Llevar la leche a los puestos de recogida, esperar a que te la midiesen y comprobarla con aquel producto que en un tarro de color caramelo le añadían para saber ¡qué sé yo! de sus propiedades.
- Meter la hierba al pajar, pisarla y seguir llenado el mismo con la intención de procurarse un buen invierno.
- Recoger las patatas, separarlas para clasificarlas por tamaño y forma. Y las cebollas enristrar para engalanar tu cocina y tu comida.
- Y los muchos etcéteras y etcéteras que ese mundo despidió.
¡Pues bien! después, la carretera nos llevaba a todos juntos, a donde los cohetes y campanas nos llamasen. Acudíamos a pie con el ansia de la fiesta, bailar conmigo y mejor con ella. Pero la inocencia que se respiraba y la timidez que nos agobiaba no nos permitía elegir lo que realmente queríamos. Y con la esperanza de conseguirlo regresábamos a casa cansados,… esperando que la próxima vez diéramos el paso.
Mientras tanto y como nobles caballeros de antaño, íbamos dejando a ellas en sus casas y a nosotros en la nuestra, pero casi siempre, ya acercándonos a los últimos tramos del recorrido kilométrico y con los pies muy machacados, siempre había alguien que en ocurrencia genial contaba esas historias de chismes y chistes, de anécdotas o leyendas que alargaban la noche y… apuntando ya los rayos al alba, la luz nos decía que eso era todo por ese día.
Hoy los caminos son para los coches, las prisas todo lo empujan. Andar es solo cosa de peregrinos. Las nuevas tecnologías, frecuentemente mal usadas, nos roban lo humano. La transmisión oral, hoy casi perdida, queda aislada en los medios de comunicación, útil únicamente para esos profesionales que, como en otros tiempos, nos acompañan a todas horas… antes con el transistor en la mano, ahora con un mp4, eso sí… muy, muy pegado.
La abuela ya no nos habla de aquello que hace tiempo que ocurrió, el rabel dejó de sonar muy cerca de ese fuego cómplice que todo lo cuenta, ni los amigos se reúnen después de fatigar un cuerpo que, en exceso tramo necesita contar aquellas viejas historias que después de andar y de andar por la carretera general, aquella gente de entonces, sobre todo a mí… me hicieron soñar.
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