23 julio 2010

Félix y Miguel

Quizás para los que vivías de manera fija y contínua en el pueblo piensen que: menuda tontería lo que voy a decir. Pero para los que pasábamos el invierno en la ciudad y ansiábamos la vuelta al pueblo todos los veranos de nuestra juventud no podéis imaginaros lo largo que se nos hacía la vuelta a “casa”. Todo esto unido, al menos en mi caso, a la omnipresencia del padre de la ecología en la España de los 70-80, Félix Rodríguez de la Fuente. Dónde sus palabras, primero en la radio y luego en la TV con su famoso “El Hombre y la Tierra”, generaron en los jóvenes de aquella época imágenes en nuestra mente que, los que teníamos la suerte de poder disfrutar de la naturaleza, nos convertía en los más privilegiados de un acontecimiento histórico en el mundo natural.


A todo ello había que unir la aventura que suponía desplazarse en esos años en tren... Hora y media tardaba el “caballo de hierro” en llegar a Molledo desde Santander. Pero sobre todo, algo que solo los que íbamos en esa dirección percibíamos..., el cambio de mentalidad al que nos sometíamos (con todas las ganas del mundo, por supuesto). Las vivencias en la ciudad (aunque fuera de provincias como entonces se decía) eran absoluta y radicalmente opuestas. A modo de ejemplo sirva que en mi barrio de la ciudad, rozábamos continuamente con la marginalidad típica de aquellos días, sin embargo, el Molledo de entonces, todavía estaba lleno de los tópicos rurales que el difunto Delibes dejó plasmado en su obra “El Camino”. Algo de lo que me sentía doblemente afortunado. Por un lado, respirar el aire de un mundo rural que en estado puro mantenía la esencia del mismo… era ¡lo más!
Y por otro, la vida en aquel tiempo, para un joven con todos los privilegios de los que disfrutaba era toda una fortuna que nadie, en su sano juicio, quisiera perderse. Evidentemente, existían otros tipos de diversión pero el ambiente que se había sembrado con los personajes con los que me interesó rodearme (Félix y Delibes) sin ser claramente consciente de ello pero sí sentimentalmente afín a ellos, era algo que muy pocos podían alcanzar. En muchas ocasiones las obligaciones del invierno se prolongaban durante el estío veraniego, culpa de una mente que solo pensaba en disfrutar de lo que mi privilegiada situación me servía en bandeja.



Si además, a todo lo dicho le añadimos las tareas típicas del hombre del campo, en La Montaña de nuestra Cantabria, el sabor no podía ser más fiel a la tierruca. Hoy en día, ya no huele tanto como antes; olor y sabor han perdido calidad, y aunque todavía se resisten ambos sentidos, los mundos de Félix Rodríguez de la Fuente y Miguel Delibes van perdiendo fuerza. Ahora nuestros políticos reinventan las formas de darle nuevos estilos de vida a un campo que se muere sin remedio... pero mientras tanto, yo opto por la memoria histórica. Tenemos la obligación de recordar las tradiciones, el lenguaje profesional, social y gastronómico que ha marcado un estilo de vida. Los abuelos se mueren y con ellos “nuestra ciencia”. Es de obligado cumplimiento recoger sus testimonios y poder crear un marco en el que representar todo el material recopilado. Tenemos que ser fieles a un estilo de construcción que nos delate cuando el turista se acerca a nuestra montaña.
Si quieren tecnología punta, no voy a negarme, yo no estoy contra el progreso, siempre y cuando existan unas reglas de juego que nos permita encontrar caminos de responsabilidad coherentes y poder decir el día de mañana que... tanto Félix como Miguel siguen tan vivos como para pensar que nunca nos dejaron.

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