27 septiembre 2008

¿Muertos?

Hoy me acerqué al campo la Iglesia. A finales de Septiembre el aire sacude los castaños que allí se reúnen y pensé que era buen momento para recoger alguna “pilonga”. En poco tiempo recogimos una bolsa completa de ellas y le dije a mi hija que ya era hora de volver a casa. Pero la niña se empeño una vez más en ver la tumba de su bisabuelo. Así que entramos en el cementerio.

Estaba limpio, muy limpio, la abuela le contó a su nieta el por qué en esa misma tumba se encontraban enterradas dos personas, con el mismo nombre: uno hombre, otra mujer y además bajo las mismas circunstancias de muerte, pero sin nada en común entre ellos. Excepto que, por ramas muy distintas pertenecían al mismo tronco.
Yo, mientras tanto, y amenizado con las explicaciones susurrantes que la abuela daba a la nieta (por aquello del respeto a los presentes)…me distanciaba cada vez más, no físicamente pero sí, mentalmente.
Y en aquel viaje de tumba en tumba, de historia en historia,… de vivencia en vivencia, de afecto en afecto, de tragedia en tragedia, de amistad en amistad,… de conocidos en vida a vecinos en la muerte, de compañeros de fatigas a soledades perpetuas, de ¡hola! y de ¡adiós!… En fin pues, me fui perdiendo en los rincones de cada lecho y en los que uno mismo, lleva consigo y no es consciente de ello.
¿Cuántas lagunas crecen en nuestra memoria que nos lleva a creer que en todos estos años no han sido tantas las cosas que nos han sucedido? Transcurridos no más de cinco minutos la mente hurga con ansia en el fondo de nuestro “baúl” siendo capaz de establecer las conexiones suficientes como para ser consciente de lo importante que para mí, fueron sus vidas. Algunas quizá menos, otras mucho más.
Mi mente quedó vacía de respuestas, pero se lleno de un…no sé.
Es el desconocimiento de lo que hay al otro lado de la delgada línea oscura.
Aunque de estas ausencias , siempre hay alguien que se encarga de recuperarte para el presente:
- ¡¡¡Papá, papáa, papaaaaaaaaaaaaa!!!
- ¿Qué hiija?
- ¿Nos vamos, ya?

20 septiembre 2008

El carro de hierba

Entre bolos, pastos, historias a la luz de la lumbre, ferias de ganado y viajes a los prados, el tiempo iba dejando en la piel de nuestros antepasados y en la nuestra propia, la esencia del trabajo sin la prisa urbana. Desde el lar de la cocina del pueblo hasta la lumbre de carbón pasaba el tañedor del rabel, calentando las orejas de los que allí se arrejuntaban. Tiempos pasados fueron mejores dicen unos; otros no quieren ni oír esas palabras, ocultando un fondo de tristeza y melancólico recuerdo por lo que atrás quedó.
Que duró fue eso y cuanto sudor costó, cuanto esfuerzo , taringas y tristuras derramadas.
¡Un tiempo que se marchó!
Mientras tanto yo recuerdo el carro en el que se atropaba la hierba, que se segaba primero en lombíos, luego en tornaduchos y vuelta y vuelta (según el tiempo), después la morena y finalmente en hacinas. Por último se subía al arca (la caja del carro), se pisaba, se hacían las cuentas en las esquinas del carro para nivelar la hierba y al final se fijaba con cuerdas y se peinaba para que durante el duro regreso, se quedara lo menos posible en el camino. Y cuando se segaba en cuestas; había que hacer las basnas para desplazar la hierba con cuerdas, ladera abajo hasta la llana.
Y cuando se bajaba con el carro cargado... recuerdo el familiar chirriar de las galgas contra el buje para ayudar en la frenada. Aquella tabla de aliso se colocaba por debajo del buje del carro y se tensaba de los extremos con cuerdas que se pasaban por las anillas que habían colgando bajo las esquinas del mismo. Todo un arte!!¡Qué trabajo!
El bocarón nos espera …



¡Atrassss, Atrassssssss, Lucera! le decían mis primos a aquellas vacas que no querían ser uncías al carro, como si adivinaran lo que las esperaba por las camberas de Villanea, la Grijera, la Calzá, las Cuartas o la Viá.
Y aquel carro se quedó en mi mente para no salir jamás. Este es mi recuerdo. El que me lleva hoy a contar que aquel método de transporte fue fundamental, para la vida de los hombres y las mujeres que del campo hicieron su piel.
Hoy ya perdido, solo está presente en alguna huerta como elemento de adorno, o en algún que otro museo etnográfico de nuestra comunidad.
Pero este fin de semana, hablando en Molledo con unos y con otros, hice mis deberes. Ya hacía tiempo que me rondaba la idea de escribir unas pocas letras, sobre algo que nos ha unido a tantos. Rehabilitando para la memoria la figura de mi carro, el carro de Santos, ¡Humm, qué recuerdos tan inolvidables!.
En poco más de 20 años ha perdido su lugar en el alma de los montañeses que lo supieron manejar.
¿Qué fue del Buje, la Maza, el Varal, la Pulsera y los Tableros (para abonar)?, ¿dónde están el Cabezón , el Eje, la Lanza y la Anilla?



Y ¿dónde el carro de Pértiga con sus Trechorías untadas en tocino para que no chirriasen?
Y para ganarle volumen al carro por detrás y por delante ¿dónde se guardaron las Angarias o Raberas y las Espadias?



Y ¿dónde está ese yugo que ahora adorna las paredes de algún que otro salón? Aquel Yugo que con sus camellas y frontiles, el sobeo (berzón si se usaban para arar) y la mesa le convertían en el señor del arte de uncir.



Y aquellos corniles o trapos colocados en la raíz del cuerno para rellenar las camellas cuando se uncían las vacas pintas; más estrechas de cabeza.
Si los que lo rozamos ya casi no lo recordamos. ¿Qué será de la generaciones venideras y por cultura regional? ¿Qué saben?!. Es posible que de igual. Y si no por ¿libros y el qué?:
Y dirán ¡¡Qué elemento tan ornamental!!

Fiestas de Molledo 2022