26 mayo 2008

Nuestro ilustre y su casa

Se esta llevando a cabo la restauración de la casa natal de uno de los cántabros más inteligentes e internacionales como pocos valorado en su propia tierra: La casa de Torres-Quevedo, el ingeniero más universal que esta tierra ha dado.
A finales de 1998, la Comisión de Educación y Cultura de la entonces Asamblea Regional aprobó una serie de medidas para garantizar la conservación de la casa natal de Torres Quevedo en Santa Cruz de Iguña. Aquella propuesta pretendía la adopción de actuaciones encaminadas a preservar, junto al edificio, el gran patrimonio documental, bibliográfico y doméstico que en él se encontraba. La intención no era otra que promover la difusión de la vida y obra del inventor del Valle de Iguña. Pero todo aquello quedó en el olvido. El compromiso que todos deseábamos no fué posible. Unos políticos totalmente incompetentes (la historia ya! los ha colocado en su sitio) fueron incapaces, en acuerdo con la familia, de propiciar un marco de entendimiento como para generar un futuro proyecto dónde todos hubiéramos podido trasladar nuestras sensaciones de hoy, a las que a finales del S.XIX y principios del S.XX allí se vivieron.
Material para ello no faltaba. Muebles de incalculable valor que guardaban, cuberterías y cristalerías excelentes. Libros del inventor ajados ya, por el tiempo y las polillas. Cartas, dibujos, ropas y muchos recuerdos. El interior en ruinas de la casa, antes de que hubiera que tapiarla tras numerosos robos, trasmitía parte de la vida que se organizaba en la casa.
Abajo un gran recibidor, una capilla que presidía la Inmaculada, y la biblioteca personal, con libros, planos, documentos de su época. Y lo dicho, muebles labrados de todo tipo y estilo. Escritorios de múltiples cajones. Mesas de trabajo, sillones y divanes, mecedoras y estanterías llenas de más libros y la más bella rodeando una columna que, por lo que dicen los que saben, escondía el sistema de calefacción de la casa. Un espejo ocultaba una puerta secreta hacia otra sala. Una pared, casi completamente acristalada, dejaba ver la escalera principal. En esa planta se encontraban otras habitaciones, como una cocina, dormitorios, y comunicaciones entre salas y pisos. En la primera planta un salón en el que pasaba Leonardo Torres Quevedo el tiempo que le dejaban sus ocupaciones.
En la segunda planta más espacio para cocinar, baños por doquier, dormitorios, salas para juegos y un gran salón en el que los muebles guardaban, en la medida de lo posible, esas cristalerías y vajillas de las que hablan maravillas.
En la última planta se encontraban las habitaciones del personal que estuvo al servicio de la familia Torres Quevedo.
En fin, las obras de reforma de la casa se encaminan a que siga siendo el hogar de los herederos del inventor (alguien debía tomar las riendas y con todo su derecho).
Una casa que hace apenas unos meses amenazaba ruina. Los muros se resquebrajaban, las tejas acampaban por el suelo, las ventanas perdían cristales y marcos para aumentar el deterioro de esa gran mansión. El tiempo, y los factores de destrucción que la acompañan, habían tomado su propia decisión, ajena a la de los políticos, pero, por lo que se veía, mucho más efectiva.
El museo no pudo ser pero el abandono definitivo, gracias a Dios, tampoco.



Fuente de Informacion
http://www.eldiariomontanes.es/20080526/region/molledo/museo-20080526.html

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