24 abril 2013

El árbol o el bosque: Mi reino por un pedestal




No permitas que el árbol no te deje ver el bosque.  Sin embargo el árbol forma el alma del bosque, y muchas cosas pueden impedirnos, según la distancia que mantengamos con el mismo, nublarnos la visión del resto del conjunto. Un contingente de pedestales nubla nuestra mente imposibilitando que veamos bien lo que a simple vista nos resulta imposible.
 El árbol nace en nuestra imaginación por la obsesión de intentar  ver el resto del arbolado. Las  inseguridades e incapacidades llenas de excusas que declaramos como culpa de otros, nos  impiden aflorar nuestra propia  responsabilidad. Los días de crisis han llegado y no nos hemos enterado.  Mientras nuestro árbol danza golpeado por los embates del viento.  El resto del bosque se muestra desinformado difuminado bajo el vapor gris de un máquina que agoniza. Después,  el sol ilumina el bosque resaltando  infinidad de colores que nos invitan a descubrir, a través de los resquicios de sus ramas, toda la belleza que existe a nuestro alrededor.   
                                                                                                                                                          
 La  falta de profundidad desvanece  una belleza que el bosque no ha perdido pero que  va difuminándose porque uno no comprende que el árbol más fuerte y valioso no es sino,  uno mismo. 
A medida que tomamos conciencia de ello dejamos de discutir si el pedestal o la tele.asistencia. Y  con más firmeza la raíz del árbol se agarra más fuerte a la tierra para evitar ser derribado por el temporal  que nos amenaza.
            Nuevos brotes nacerán de nuestro propio tronco aportándonos nuevas fuerzas y nuevos  valores y entonces ganará el respeto por todo aquello que nos rodea y no supimos apreciar, incluso por el pedestal que nos retó y nos cegó para que lográsemos admirar el bosque que ansiaba de nuestra mirada y que anhelaba mostrarnos su belleza. El árbol que nos impide ver el bosque es parte del problema y también de la solución. Pone barreras en nuestro camino para que luego las traspasemos. Tras ellas encontraran lo que no debimos perder, a nosotros mismos. Sólo entonces estaremos preparados para sembrar nuevas semillas que se convertirán en espléndidos árboles y entonces muchos de nuestros sueños,  serán una realidad.

14 abril 2013

Cuidadanos del mundo




     Pedro es...un amigo  con corazón de plata pero con sangre roja y gualda. Conocí su existencia porque él conoció la mía a través de este blog. Primero con su hermano Tomás y luego con él.  Se pusieron en contacto conmigo, para decirme que su abuelo,
 también Pedro,  era de Molledo. Las raíces se prolongan hasta el infinito y nadie sabe donde terminan. Llevamos tiempo en contacto y este año los conocí porque se acercaron hasta aquí. Querían saber de ese lugar del que tantas veces habían oído hablar. Y así sucedió. Y  cuando nos vimos y luego nos despedimos, le sugerí la idea de que me contara cuales habían sido sus sensaciones al descubrir lo que seguramente tan idealizado tenía. He esperado un ratuco.... pero creo que merece la pena poderlo compartir. 


    "....Bajo del bus en la garita que está al lado del camino, cruzo el puente y entro en el pueblo, mientras me moja una fina llovizna. Soy recibido por las vacas, las fincas, el verde de un año con buenas lluvias y el tiempo de verano. Sigo camino. Las casa son bajas y muchas están deshabitadas. Pregunto por Carmina y Andrés, quienes serían los que me acompañarán en el recorrido por le pueblo.

Mi imagen de Molledo era otra y la misma. Debo explicarme, lo sé. Por un lado –por darle un orden a las ideas- sabía que lo atravesaba la carretera y que en coche o andando se lo cruza en pocos minutos. Que era un pueblo pequeño y antiguo. Sabía que estaba rodeado por las montañas, en el valle, de Iguña, lo supe luego. Que allí sólo encontraría ruinas de lo fue la casa de mis antepasados y también vería donde yacen los restos de mi tío abuelo Eloy.

Flotando en el aire, en la hierba, en las piedras, la imagen de mi abuelo Pedro, de sus pasos, de sus costumbres, de su olvido y su presente lejos de esa tierra que le conoció antes que ésta, transatlántica y pampeana.

Al pensar, al dar vueltas en mi cabeza las ideas ¿Por qué estoy haciendo esto? ¿Por qué estoy acá y ahora?. Al escuchar esos comentarios de los otros que dicen que no es común que la gente joven se ocupe de hacer estas cosas, de cerrar estos círculos. Tuve qué, inevitablemente, repensar, buscar una causa, un sentido a algo inexplicable. Cada una de las veces que me lo he repreguntado caí en lo mismo: siempre supe que iba a caminar sus calles. ¿Cuándo? No lo sabía con certeza, no me importaba, pero sí sabía con una convicción desprolija y desinteresada, que lo haría.

Desde muy chico mis padres me hicieron saber de este pueblo y siempre fue un lugar familiar y conocido. Hemos visto las fotografías tomadas por mi padre y mi tío. Siempre hubo cartas y llamamos telefónicos entre España y Argentina. Siempre hubo música, amigos, literatura y lazos, lazos variados y firmes. Siempre se habló de la guerra, de esa guerra, de ese hambre y del exilio. Porque huir de la guerra o del hambre, son dos formar de escapar de persecuciones, de apartar algún tipo de acechanza. Ir a Molledo es sólo un regreso retardado, no debo explicar nada.

Lo que no sabía, lo que me ha sorprendido es qué, a pesar de reluciente, con sus casas bajas y de piedra, estaría casi desierto. Casi vacío. Es otra paradoja más para mi lista de contradicciones: la gente sigue huyendo de la belleza, de la vida natural, rural, de la calma. Antes la gente huía de Molledo por el hambre o la guerra, hoy huye de la paz y la libertad por la falta de trabajo. La paradoja no es una paradoja, aunque me contradiga, pido perdón y me retracto: es una parábola donde siempre los que tienen el poder niegan, sesgan las posibilidades de vida, de quién los han empleado para que administren lo que no es suyo. Me duele que se haya olvidado el pasado, lo que costó y seguirá constando vivir en paz. Me jode que lo sublime se aplaste por la economía y las malas políticas.

Salgo, le agradezco a Andrés por su jamón y su pan. Carmina me acompaña unas cuadras hasta salir del pueblo. En la Iglesia, sin que nunca pare de llover, nos despedimos. La beso doblemente y le digo que voy a volver. Ella me dice que sí, que vuelva, pero con una mujer de mi brazo y que su casa es mi casa y otras cosas que sólo guardaré para mí.

Adiós Molledo, desde algún lugar una voz me dice que esperan por mí. Yo cruzo el puente sin poder mirar atrás."

 Estas fotos que me envió Pedro, imágenes que son suyas pero también muy nuestras, se hacen ahora presentes para recordarnos que, en el fondo... nadie somos extranjeros y sí ciudadanos del mundo.                                                                                                      






PD. Pedro y familia quieren agradecer profundamente a María Julia y a toda la familia Lloredo Álvarez por tantos favores y cariño con que nos han obsequiado todo estos años.

Fiestas de Molledo 2022